CREACIONES
 

Nadie como tú, abuelo
de Laura Marie Casey

Dedicado a mi querido abuelo,
para siempre,
Thomas Kuchurean, E.M.
(El 20 de setiembre del 1914- el 21 de febrero del 2000)

No hay nadie como tú, mi abuelo. Hay una persona que encarna todas las
virturdes que yo adoro, admiro y aspiro a conseguir. Esta persona es
mi abuelito. Sus virtudes crecieron dentro de él y otras fueron
formadas por su niñez y las experiencias difíciles en su vida. El era
tan paciente, generoso en cada manera, con sus abrazos, sus palabras
paternales y de apoyo, y con su corazón abierto y tierno. ¡Qué
romántico era con mi abuela! El 27 de febrero de 1946, le pidió la
mano. Le dio un anillo de compromiso y el 27 de junio del mismo año,
se casaron. Cada día, por un mes después del 27 de febrero, mi abuelo
le mandó flores, las rosas rojas, y bombones a mi abuela.

Mi abuelo era honesto, religioso, tradicional y tenía las virtudes de
la sinceridad, la integridad y el honor. Tenía un gran sentido de la
moralidad, la lealtad a su familia, a su religión, y a su país. Estuvo
en la segunda guerra mundial y fue sargento mayor de una brigada para
Cape Breton (CBH, Cape Breton Highlanders). Luchó mucho en Italia y
ayudó en la liberación de Holanda en 1945. Él regresó con la Medalla
canadiense por su servicio eficiente (EM), una condecoración que
quería delante de su nombre. Sin embargo, nadie sabía que había
regresado con un espíritu roto por las tragedias de la guerra.

Hay una inocencia entre un abuelo y una nieta que representa una
relación especial que les une. Mi abuelo me crió y me enseñó el gran
significado de la sinceridad y de la integridad. Era solamente él
quien entendía mi música -mi pasión. El escuchaba mi piano mientras
otros parientes pedían otra canción o hablaban. Yo podía cometer
muchos errores y todavía, él me escuchaba atentamente. A él, le
encantaba mi música. Me pidió un disco de música de mi piano, pero
nunca lo hice ni antes ni después de su enfermedad porque yo le quería
hacer un disco perfecto. La perfección nunca existe. Me arrepiento de
no haber hecho su disco, pero yo lo haré y lo pondré en su tumba.
Nuestro vínculo es impenetrable.

Él me mimaba con su amor. Siempre me leía los cuentos de Mamá Ganso.
Todos los días, me llevaba hasta la escuela. Él me enseñó el juego,
"scrabble", la política y hablaba por horas de su niñez. Hablaba de su
niñez y el prejuicio que había sufrido por el color de su piel rumana.
Me contaba las pesadillas de la guerra que tenía y que ni mi madre, ni
mis tíos supieron nunca. Era siempre su Laurita, por Pascua, su
celebración favorita, íbamos a la iglesia para rezar delante de las
Estaciones de la Cruz. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu
santo, qué Dios le bendiga.

Mi abuelo me entendía más de lo que yo creía, y yo le entendía, tal
vez, más de lo que él sabía. Sin embargo, con el paso del tiempo,
nuestros papeles cambiaron. Yo tenía que masajear la frente de mi
abuelito en vez de que él, masajeara la mía. Hace dos años que le he
estado perdiendo. Él me preguntó un día si siempre le aceptaría y le
querría. Le prometí que le quería, le aceptaría para siempre, pero
también odiaría el dolor que él había sufrido. En el nombre del padre,
del hijo y del espíritu santo, prometo aceptarle, abuelo, en cada
manera.

Las sombras han vivido cerca de mí, me han perseguido y han robado un
elemento de mi alma. Las enfermedades, meningitis y pulmonía,
traicionaron a mi abuelo. Le llevaron lejos de mí. Siento que yo haya
perdido a mi abuelo cuando él tenía unos síntomas graves. Le dije a mi
familia que deberíamos llevarle al hospital, pero nadie me escuchó. A
veces, me siento culpable y pienso que tendría a mi abuelo ahora si yo
hubiera sido más insistente con mi familia, y lo hubiera llevado al
hospital yo misma.

Hace tres semanas que le toco y masajeo el pelo fino. Le di unos besos
y apoyé la cabeza en la almohada cerca de su cabeza. Sostuve a mi
abuelito con mis brazos para que él pudiera vomitar el veneno de
dentro. Yo agarré su mano y le abracé fuerte. Le masajeaba las
mejillas y las manos mientras él me miraba, con los ojos de
desesperación, vidriosos y apabullantes, llamando a "mamá". Me sentaba
enfrente de su cama, rezando a Dios para que consolara a mi abuelito,
mientras el cuarto oscuro se estaba llenando de su respiración pesada,
sus últimos alientos y sus gemidos largos, interminables. No podía
comer ni beber, y todavía yo pensaba que él viviría para siempre. Le
di el agua a cucharadas hasta que mi abuelito me pedía que no, o hasta
que el agua le chorreaba y corría por su mentón porque él no podía
-simplemente era que él no pudo.

Era muy orgulloso y nunca admitía su angustia. Sin embargo, dos noches
antes de su viaje al Cielo, mi abuelito me susurró, "Me duele,
Laura...Me duele muchísimo. Ay, Laura." Me llamó como si fuera
enfermera o Dios. Con angustia, mi abuelito suplicó a su chiquita, a
su cariño. Él, que había sido fuerte para ella, necesitaba ahora su
fuerza. Solamente pude decirle que sabía que le dolía. Me contuve en
decirle que todo estaba bien. Aquéllas eran las palabras de la muerte.
Le dije a mi abuelito que le dolía, el dolor era horrible y que yo
odiaba el dolor. Le di un beso esta noche para que descansara.

Mi abuela llevó a mi abuelito a casa para morir. Con un chillido
espeluznante de mi madre, me di cuenta de que dos días antes, le había
besado a mi abuelito con un adiós. Los ángeles le habían llevado a su
descanso en el Cielo. Luchó hasta su muerte cuando, fuera de su cuarto
como una estación de la cruz, vi solamente sus piernas, cubiertas por
una manta, compañeras de cuerpo sin vida. La muerte es tan cruel.
Después de una hora de miedo, cerré los ojos, entré en su cuarto, le
toqué el pelo, besé su mejilla izquierda, mojando su cara con mis
lágrimas. Un olor a incienso se respiraba en el aire, el olor a
incienso de una muerte, de un alma pasando.

Allá estaba mi abuelo, orgulloso como siempre, había tenido miedo de
la muerte que la confrontó. Llevaba un traje azul marino y tenía
firmemente agarrado el rosario en las manos. Su expresión era más
majestuosa que tranquila, todavía luchando por ser fuerte, luchando
por la vida. Fue su frente lo que yo besé. Sus medallas, el sombrero
de su batallón y un crucifijo estaban colocados sobre él. Eran los
tres símbolos de su vida: la lealtad, la integridad y la bondad. Unas
banderas estaban en pie, majestuosas, a cada lado de su ataúd. En la
ceremonia, la familia y los veteranos pusieron unas ochenta amapolas
en la cama blanca de mi abuelo.

Elegí un ramillete largo para el ataúd, de unas cinco docenas de rosas
blancas y delicadas, con las cintas blancas, y los capullos blancos y
minúsculos. El ramillete de las rosas blancas representó la pureza del
amor de mi abuelito para mi familia, la pureza en sus palabras, la
pureza de su alma, y la inocencia pura del vínculo entre mi abuelito y
yo. Él me ha dado el legado de su fuerza más recóndita, más profunda.
Tengo su fuerza dentro de mí, aunque me siento tan débil que mi
corazón llora al escribir de él. Sin embargo, mi abuelito es mi ángel
ahora y me guiará para siempre. Nuestra compasión, nuestro amor y
nuestra empatía, que compartimos, están encarnados en nuestra canción
favorita, "No One Like You." Hasta que nos encontremos otra vez, mi
querido abuelito...~ ~* Nadie como tú ~

Y si se tocara adentro, no sería tierno y dulce?
Esa vida tranquila, de la paciencia, sin el dolor
Ese gozo tranquilo, no conocemos cuando lo encontramos
Cómo puedo tener el amor de la vida, y del amor?

En tus ojos están mis secretos,
 que nunca te he mostrado
En mi corazón me siento,
 que siempre te he conocido
En tus brazos hay consuelo y paz,
 que nunca sabía
Eres lo que he estado esperando
 No hay nadie como tú
Siempre, como la salida del sol
 Pura como si fuera una oración,
Has sido creado de vida,
 Como si fuera tan fuerte como la tierra

Cada sueño que yo abandono
 Parece que podría realizar
Creo en los milagros
 No hay nadie como tú

Dentro de tus canciones
 Mientras doy vueltas por las líneas
Todas son espantosas
 Es una chispa, mi amor,
 haber sido alcanzado por un rayo

Cada sueño que yo abandono
 Parece que podría realizar
Creo en los milagros
 No hay nadie como tú

* "Nadie como tú", traducida del inglés al español por Laura María
Casey

("No One Like You", escrita por Jerry Goldsmith y David Zippel,
cantada por Sarah Brightman del disco, Time To Say Good-by, Angel
Records, 1997).

*    *    *    *    *    *
 

Algunos poemas y un cuento de Zaira Espinosa. (Mexicana, de Monterrey)

Respirando grillos

Ya es muy noche para acordarme de ti.
El sueño me da la cara,
pero las ganas están tendidas
    sobre la cama
Y hay música de estrellas.

Parece ser la hora de llamarte
A sabiendas de que no me escuchas
De los torpes miedos
que punzan en las manos.

Sospecha algo de mí
que sí estás,
quizás sólo tu mirada curadora
en la memoria
o lo que llegué a desgarrar en el adiós.

Pero ya es muy noche para acordarme de ti,
Yo quisiera rendirme
No más morderte palabras
para que calles y sólo estés,
no más tarareos de canciones viejas.

Mis labios sonámbulos
Algo susurran,
si es tu nombre no les entiendo,
no les escucho
no les atiendo

porque ya es madrugada,
otra vez madrugada...

Se alimenta todo

No puede haber
hambre entre nosotros...
nos tragamos las memorias
y así nos llenamos cada día
el estómago con danzas.

He dejado una palabra

He dejado una palabra
al borde de la mesa de la entrada.
Cuando salía, la dejé sin mencionarla
Se quedó tiesa ante el silencio escandaloso.

Quizás él la tomó sin que me diese cuenta
y la sacudió
como tantas veces hizo
con mis frases enteras de cielo.
La infló de bullicio, para no perder su costumbre.

La desmenuzó y se la comió despacito,
para evitar las náuseas.
Y yo en la mirilla más próxima,
tratando de averiguarlo todo,
hasta el eructo bumerán
y los síntomas del veneno bien encauzado.

Palabra sencilla.
De letras trenzadas de listón antiguo,
palabra en arapos,
de un tono que se desconoce
sobre todo si se columpia en los bordes
de una mesa.

Virar

Supe de ti
las cosas que soñé despierta
partes de lluvia compartida.
Notas en guitarra
de buena autoría
sin vergüenza se colan
entre el iris y el color
de una memoria tierna.
Alguien te traía en la boca
al sentarse en la mesa desflemó
tu nombre arándano agrio
regresé a los sueños de antier
anteayer antetí

había probado la insistencia rigurosa
de una amnesia desbordada
cada día
frente a un mar sesgado
en las eludidas sílabas.

Viré, confieso:
no te has escapado de las
aceras vacías cuando mis manos
también sin sombras, en el deseo
de sentir, se vuelven puño
que detesta ser lo que es: puño,
más nada.

 El campanero

          "Ando sobre rastrojos de difuntos
                 sin calor de nadie y sin consuelos
                voy de mi corazón a mis asuntos"

                Miguel Hernández
 
 

No he necesitado más que tu ausencia
para dejar los sueños a la intemperie.
No he tenido más que decirte,
como el campanero al tiempo,
que ya es hora: de ir, de hacer,
de que las termitas vuelen.

Voy, escucha, voy cuando tú ya fuiste,
Escucha, voy, escucha al campanero.
Tres toques: uno antes de que te bese,
otro después de repartirte
mis pedazos de limón azucarado,
el útimo cuando cierres tus ojos,
los estragos de sonido llenarán tu cauce.

Ya está todo listo sobre la banca de la entrada.
Voy.
 Ya no vienes,
Te quedas con el aviso eterno del campanero
 con la despedida.
 

 Hay mundos a los bordes del empeño

            A Lucía Yepes y sus mariposas

Tienes que soñar a jugar sin fin
buscar colores del pasado tierno,
y nacer aunque esté lleno de invierno,
azul y quietud, el tiempo carmín.

Quedaron en tu boca huellas, hollín
grises recuerdos de un ocaso eterno,
canciones y poesía en el averno
o lunas que hacen voces de festín.

Y mariposas ámbar sabor cielo,
canela y beso que probaste en un sueño
convierten a la magia en tu consuelo.

Hay mundos a los bordes del empeño,
que hacen de las palabras el hielo,
de su nombre: visión de lluvia, leño.
 

 La mosca chimuela*
 

No he podido comer chicharrón
ni siquiera el pan duro de la tienda
no he podido comer la merienda
ni siquiera el azúcar en terrón.

Ya no puedo gozar ni del turrón
y si me ofrecen hacen que me ofenda
en la boca he querido ya una venda
me oculto casi siempre en un tarrón.

No se quita el antojo de ensalada
esa lechuga, pepino y mayonesa,
ya los caldos me tienen fastidiada.

Las migajas están sobre la mesa
gusto comer una por una remojada
y disfruto del helado de frambuesa.

* desdentada, sin dientes.
 

 Respuesta

             A Meng Sun Li

 El día veinte, Pam Mink tenía una pila de trabajo en su oficina. La
 calle Hu-lín para esas horas de la mañana estaba completa de voces.
 Mercaderes, estudiantes, obreros y demás gente la inundaban de
 sonidos que luego se convertirían en profundos ecos en los sueños de
 cualquier taiwanés. Sentía que el quinto piso la protegía de la
 calle. Además de que el monitor abstraía, transportaba hasta donde
 los límites terminan. Abrió su buzón electrónico. Había un mensaje
 que inmediatamente imprimió. Como filigrana lo sostuvo unos minutos.
 Ya era parte de su tesoro, de su fortuna diaria. No le decía nada
 nuevo. Daba lo mismo un día que otro. Pero en el interior de Pam Mink
 era reconstruirse, la bandeja donde estaban las ganas, el constante
 ruido del pasado.

 Taipei no le había eliminado aún la viva imagen de aquella despedida.
 Las últimas palabras se le habían grabado como si fuesen aprte de un
 famoso guión de las películas románticas. No será un adiós, sino un
 hasta luego -le dijo ella apacible y convencida- te extrañaré. Luego
 se abrazaron y se alejaron mirándose a los ojos. Le parecieron los
 segundos más largos de su vida porque sólo en ese momento un millón
 de veces pensó en besarla y no se atrevió. Qué miedo de perderlo
 todo. Qué frías se le quedaban las manos. Un beso imaginario le
 persigue desde entonces cuando intenta escaparse de ese adiós.

 Vivir en una ciudad llena de naufragios por doquier, naufragios de
 alma, era una trampa para quien ya había conocido lugares mágicas.
 Como un paisaje de pasto o un cuerpo modelo de pinturas
 renacentistas. La gran ciudad se había ido convirtiendo en un sitio
 más que jugueteaba con los destinos de la gente. Sólo que Pam Mink no
 quería ceder. Cada mensaje que recibía de ella se convertía con el
 tiempo en su vacuna.

 Pam Mink cocinaba su futuro. Su hambre era volver a verla y su mejor
 receta encontrarla en la mesa que quedó marcada con sus pulsos. En
 eso se le iba el día. Imaginándola. Acarreriaba* al tiempo para
 llegar al muelle con ansias de confundir el viento tibio de la tarde
 con aquella sonrisa cálida que tantas veces le abrazó. Septiembre
 valía mil sueños. Fue cuando la conoció. Parecía que las luces del
 bar sólo enfocaban a esa misma persona y fue la única vez que la vio
 con su vestido azul cielo que le combinaba con el rubor de su piel
 tan blanca. Le daba risa acordarse de cuantas veces pensó en
 acercarse para conocerla y al final fue ella quien lo decidió. En
 ningún momento de la noche había notado que le miraba. Ya después era
 un juego encontrarle ese tercer ojo. Iba recordando cientos de
 detalles mientras caminaba por las calles más transitadas de la
 ciudad. Daba vueltas en distintas esquinas, se topaba con todo tipo
 de profesionistas*, era la hora de salida, se le dificultaba avanzar.
 Entonces era cuando los ojos bengala de ella le abrían paso y se le
 volvía insaciable la memoria.

 En el muelle se cercenaba poco a poco su día. Pensaba que la vida
 sería interminable mientras existiera un muelle que la alimentara.
 Traía las cartas que escribió en todo ese tiempo en el que la
 distancia le había crecido en las manos y los recuerdos se habían
 encogido en tan sólo un par de fotografías. De puño y letra era la
 única manera de soltar cadenas. Confiarle al papel sus flaquezas. Por
 internet no sed habría atrevido nunca. Cuántas palabras se había
 guardado para sí. Cómo le crecían poco a poco frases huérfanas en el
 pecho... Pam Mink escribió:

    No soy yo quien despierta cuando te leo,
    sino eres tú la dormida que sueña que yo duermo...
    y se levantan violetas a cubrir un beso.

Terminó una carta más que decidió incluir en la caja donde iban flores
amarillas de la costa y postales comunes. Las oficinas del correo
todavía no cerraban. Pam Mink sabía que dentro de unos días obtendría
respuesta. Pero la tierra es también niña que juguetera con el
destino. Las cartas de Pam Mink nunca se leyeron tanto desde que el
terremoto enmudeció Taipei.

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Seis poemas de amor de Yonelis Legra Noa. (Cubana, de Santiago)

 Por Siempre Cerca.

Recuérdame en el tiempo
en que los flamboyanes
vuelven a florecer,
y con su color rojo
recuerda mi alegría,
pues no vale la pena,
recordar mis tristezas.

Recuérdame si al alba
los gorriones del parque
te despiertan cantando,
y las flores rosadas
que hay en las avenidas,
empiezan a caer.

Recuérdame en la tarde,
cuando el sol va a ponerse,
y la vieja nostalgia
desempolva memorias,
de dolor y alegría,
de ilusión y verdad.
 

 A Tu Regreso.

Cuando te vea yo y te cuente, como
esperaba, antes o ahora, verte en
cualquier calle,como sentia tu olor
dulce como el de tierra mojada por
aquel camino de flamboyanes
florecidos, y te diga además que era
tu cuerpo lo que buscaba, lo tangible
de tí, pues un pedazo de tu alma lo
tengo guardado en la mia,
entonces podras ver en mis ojos que
conozco tu lenguage, tu lenguage de
enigmática poesía, y que lo he
dejado siempre para expresar mis
locuras, las locuras que he
escondido de la gente
y hoy te cuento.
 

 Cansancio.

Esta noche se retracta de derramarse
ante mis ojos como una marca de
tizne.Y el mundo sigue girando sobre
mis hombros tarareando la misma
melodía que ayer, ahora con mucho
más que tambor, pero con el mismo
ritmo de invocación a los dioses.
No, no es esperar la llegada del fin
lo que me cansa, o el peso de la tierra
sobre mi cuerpo haciendo piruetas.
Es esta cuerda diaria de optimismo y
mentira, es este sueño roto en media
nariz, grabado con esa fuerza de
piedra contra cristal, un casi circulo
astillado que atenta a burlar
la inteligencia del que observa.

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 Abandono.

En mis ojos empezaba a otoñar.
Entre aquellas paredes,
sin aliento de tanto oir tu nombre,
danzaba en tu espera el mágico
tedio de la ausencia, envenenada
de un sutil hilillo de abandono.
Las flores se retiraban de las calles
porque los árboles eran ahora
fecundos por el tiempo, y hasta
el viento se burlaba de que fuese tan
tonta, y anduviese todavía pensando
que regresarías, que el mundo
no podía detenerse, siempre frente a mí.
Vivía vagando, vagando para
que nadie comprendiera
que era como un payaso,
que clamando tu presencia mi sonrisa
pintada se había cuajado en
pleno verano.

 Entrega.

Sumergida en la caricia de tus dedos,
en la blanda dulzura de tus ojos,
me enamoro de ti, de nuestros
juegos y risas, de nuestras lágrimas.
Si esta función resulta infinita,
no digas que fue corta, que no
tuviste tiempo.
Te he dado todo.
Mi alma no es extensa, erosionada
sí, entretejiday laberíntica,
pero tú tienes el mapa de todas
las ciudades de mi cuerpo,
los datos de todos los canales de mi alma.

Consejo

Un pequeño consejo amiga:
tu belleza está en lo que eres,
en lo que tocas y en tu música
y tu poesía. En tí sola,
tu alma limpia, tu ternura.
Esa es la verdadera belleza,
la perenne, la que el tiempo
adorna y aumenta,
la que ninguna tormenta, borra.
 

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