Domingo, 12 de agosto de 2001
A pesar de la ira
JORGE EDWARDS
( Jorge Edwards es escritor chileno)
Cuando estuve en el Cuzco, hace ya largos años,
alguien me dijo que el nombre de la ciudad significa
'ombligo' en la lengua quechua. El nombre me pareció
bien puesto y lleno de sentido. Para sus habitantes,
el Cuzco era el centro de América y, por lo tanto,
el ombligo del universo conocido por ellos. Después,
con la llegada de los españoles, supieron que el
mundo era más grande de lo que suponían, y en alguna
medida, más cruel y más ajeno. Pero los españoles,
a
pesar de todo, a pesar de la rusticidad y la
brutalidad de los Pizarro y de sus amigos, trajeron
la matemática, la ciencia de la época, el idioma. Es
lo que contó y cantó Pablo Neruda en un notable
poema escondido entre los centenares de páginas de
Canto general, un poema cuyo título ya lo dice todo:
'A pesar de la ira'.
He pensado en estas cosas, he recordado mi viaje al
Cuzco y a las ruinas de Machu Picchu, al escuchar
las noticias de la transmisión del mando en el Perú
y al saber que Alejandro Toledo, en compañía de
Ricardo Lagos y de otros personajes de la llamada
América Latina, subió a la ciudad sagrada e invocó
a
los dioses precolombinos. En una de las fotografías
pude advertir que lo hacía ceñido con la banda
presidencial, símbolo del poder republicano, pero
aferrado a un bastón de mando de los incas, y
después supe que su mujer, de origen belga, dijo en
quechua que estaban trayendo el tiempo de Pachacútec
a la modernidad. Pachacútec fue algo así como un
Alejandro de los incas, un caudillo que extendió las
fronteras del Imperio hacia los cuatro puntos
cardinales. En el Chile anterior a Diego de Almagro
y Pedro de Valdivia, un territorio que probablemente
no llevaba todavía este nombre, los invasores del
norte fueron detenidos en el río Maule por los
mapuches, los soldados más aguerridos y mejor
organizados de la América anterior a los españoles,
los mismos que más tarde infligieron numerosas
derrotas a las huestes de Valdivia y de Hurtado de
Mendoza.
El intento de alcanzar una síntesis de la modernidad
con la tradición indígena parece una pura cuestión
retórica, sobre todo mirado desde mundos externos,
pero estoy convencido de que va más allá de eso.
Tiene un contenido político importante, nuevo, en
alguna medida fascinante, y a mí me lleva a sentirme
optimista con respecto al Perú que viene. Las
generaciones anteriores a la mía, en toda la América
española y portuguesa, propusieron versiones
excluyentes, dogmáticas, de lo que se llamaba
indigenismo. En mis tiempos de formación teníamos un
paisaje intelectual dominado por el muralismo
mexicano, por la novela regionalista, por las teoría
del APRA y de Víctor Raúl Haya de la Torre, por algo
que podríamos definir como fanatismo de la
identidad. Fidel Castro y el Che Guevara asumieron
estas posiciones y defendieron una especie de
nacionalismo continental revolucionario. De una
concepción así nacieron numerosos movimientos
guerrilleros y la idea, sin duda tétrica, además de
disparatada, de que había que crear muchos Vietnam
en América Latina. El indigenismo se respiraba en el
aire y era uno de los factores que impedía hacer una
verdadera crítica del castrismo. Lo único sensato,
sin embargo, era buscar alguna forma de síntesis de
la modernidad y de la tradición. A pesar de la ira,
como decía Neruda. Se intentaba, en cambio,
construir una política basada, justamente, en la ira
irreflexiva, en el odio, y esto no llevaba a ninguna
parte.
En los años cincuenta, el indigenismo, como digo,
formaba parte del horizonte mental de todos
nosotros, nos gustara o no nos gustara. Estaba,
curiosa y paradójicamente, reforzado por la
filosofía marxista, por lo menos en la versión
simplificada y bárbara de José Stalin. Ser comunista
y antiyanqui, en plena Guerra Fría, era una buena
manera de practicar una suerte de nacionalismo
latinoamericano. Uno encontraba estos ingredientes
en la pintura de David Alfaro Siqueiros, Diego
Rivera, José Clemente Orozco y Cándido Portinari; en
las novelas de Graciliano Ramos, Ciro Alegría,
Miguel Angel Asturias. Por lo demás, descubríamos la
América indígena a cada rato, a pesar de que había
sido descubierta y redescubierta hacía mucho tiempo.
Cuando llegué a Lima como diplomático chileno a
comienzos de 1970, José María Arguedas, el gran
novelista de Los ríos profundos, me llevó un día
domingo a un enorme galpón donde se celebraba una
fiesta indígena. Conocí los bailes rituales con
tijeras, escuché música de la sierra interpretada
con los instrumentos más exóticos, asistí a un
espectáculo prolongado y siempre renovado de danzas,
de canciones, de colores deslumbrantes. '¡El Perú es
el país más interesante de la Tierra!', exclamó de
repente José María, en un rapto de entusiasmo, y yo
pensé que en algún sentido tenía toda la razón.
Frente a ese despliegue, a esa variedad que parecía
infinita, a esa fiesta, nosotros resultábamos
grises, tristones, opacos. Acabo de leer ahora un
ensayo notable de Pedro Lastra, poeta y crítico
chileno residente en los Estados Unidos: 'Imágenes
de José María Arguedas'. El texto de Lastra me
convence de que Arguedas, en su persona y en su
obra, era una síntesis extraordinaria del ancestro
hispánico y de la cultura indígena. Es posible que
él mismo no haya entendido a fondo esa dualidad, no
haya sabido asimilarla, y que ese conflicto lo haya
llevado a la más profunda depresión y al suicidio.
Parece que a Lastra le habló muchas veces, de un
modo un tanto obsesivo y premonitorio, de los
'relatos de suicidas', un género que por lo visto
florecía en las regiones suyas. El, al suicidarse,
dejó una nota que pedía: 'Y no me olviden;
recuérdenme con alegría. Fui feliz'.
No hemos resuelto el tema hasta el día de hoy y
nadie sabe si lo vamos a resolver. El encuentro de
lo viejo y de lo nuevo, de la modernidad global y de
las identidades indígenas, es un nudo
endiabladamente complejo. El problema es que
nosotros, aquí en América, incluso en los países
aparentemente más 'europeos', estamos obligados a
resolverlo. En Chile tendemos a sentirnos blancos
puros y de repente, desde Temuco, desde la Araucanía
profunda, nos tiran las orejas. Si nos descuidamos,
podemos encontrarnos con una guerra civil larvada.
Somos blancos hasta que aparece a la vuelta de la
esquina, con toda su indumentaria, con su chivateo,
el indio, el mulato, el negro. Pienso que salimos
del indigenismo agresivo, primario, dogmático, de
los años treinta y cuarenta, que nos dejó sus
imágenes, sus murales, sus poemas, y que deberíamos
llegar a una síntesis más segura, más abierta.
Borges dijo alguna vez que ahora los europeos somos
nosotros. Lo dijo a propósito de la amnesia cultural
y de la superficialidad que solemos encontrar en la
vieja Europa. Pero la declaración de Borges se
pasaba de optimista. El problema de América Latina
es un problema de fondo de nuestra historia y de
nuestra cultura. Tenemos que conseguir acuerdos con
la Unión Europea, con Canadá y los Estados Unidos,
con los países asiáticos, pero tenemos, por encima
de todo, que ponernos de acuerdo con nosotros
mismos. En aquellos años de mi estada como
diplomático en Lima hubo un terremoto mortífero en
el norte del Perú, en Yungay y en el Callejón de
Huaylas. Estábamos en un periodo de serias
dificultades en nuestras relaciones, de anuncios de
guerra, y el Gobierno de Eduardo Frei Montalva
resolvió enviar una ayuda excepcional a los
damnificados peruanos. Un hospital militar chileno
se instaló con medios muy modernos, con sorprendente
eficiencia, en las cercanías de Casma, una ciudad de
la costa. Partí de visita a Casma con el agregado
militar y con otras personas de la Embajada en Lima.
Nos encontramos con un movimiento intenso de
helicópteros que volaban desde los valles
cordilleranos afectados hasta el hospital. Era un
espectáculo dantesco, de gente malherida, aplastada,
moribunda. Pues bien, tuvimos que comprobar que
habíamos pensado en todo menos en un elemento
esencial: en la necesidad de que el hospital contara
con un intérprete de la lengua quechua. Llegaban los
indios despedazados, lívidos, arrebujados en sus
mantas, y no podían entender ni contestar las
preguntas de los médicos. Nosotros no sabíamos que
Perú era una diversidad de naciones mal integradas,
y parecía que los peruanos de Casma tampoco lo
sabían.
Desde luego, las diferencias raciales y regionales
también son un drama europeo y de muchas otras
regiones, pero en América alcanzan dimensiones
abismales. Es necesario haber vivido la experiencia
para comprenderla en toda su magnitud. Mis amigos
Alvaro Vargas Llosa y Jaime Bayly me han convencido
de que Alejandro Toledo tiene una serie de pecados
veniales en la conciencia. Lo que ocurre, sin
embargo, es que la política, en todas partes, y no
digamos en el mundo nuestro, es el territorio de los
pecados mortales, de grueso calibre. Es, además, un
terreno de sorpresas y de soluciones inesperadas,
que hay que considerar sin prejuicios de ningún
orden. Todo simplismo, toda aceptación de lugares
comunes, conduce en política a resultados
desastrosos. El Perú tocó fondo con el régimen de
Fujimori y no es imposible que ahora encuentre una
salida. Yo espero con los dedos cruzados y con buen
ánimo. Me parece una gran noticia que el presidente
chileno haya podido estar en Machu Picchu, en la
ciudad de los muertos cantada por Neruda, junto al
del Perú, un fenómeno que no ocurría y que no podía
ocurrir hasta más de un siglo después de la guerra
de 1879. Si existe el progreso en la historia,
estaríamos frente a un progreso en la historia
nuestra. No es poca cosa. Y tampoco está mal que
podamos recordar en estos días a José María
Arguedas.
c Copyright DIARIO EL PAIS, S.L. (Miguel Yuste
40, 28037 Madrid-España | Tel: 34 91 33782 00)
Nela Rio con el doctor Daniel O'Brien, Presidente de
St. Thomas University
En la placa de bronce está grabado:
"La Asociación Prometeo de la Poesía
a St. Thomas University, Canadá, por su
programa de apoyo a la poesía hispánica,
coordinado por la Prof. Nela Rio.
Madrid, 2000 ".
Nela Rio fue la poeta invitada de Colorado State University
para International
Week Celebration. Su lectura bilingue fue el 10 de
noviembre.
También dio una charla para estudiantes y profesores
sobre el tema de su investigación.
Llevó a Colorado la Tercera Exhibición
Internacional de Poemas Póster de Poetas Iberoamericanos Contemporáneos
y despertó el interés de estudiantes y del público
general.
Poetas, críticos literarios y estudiantes de
la universidad formarán el
Capítulo de Colorado de la Academia Iberoamericana
de Poesía.